EL CARISMA Y LA ESPIRITUALIDAD CARMELITA

EL CARISMA Y LA ESPIRITUALIDAD
CARMELITA

1.INTRODUCCIÓN
El carisma carmelita tiene sus características peculiares
delineadas en la Regla del Carmelo, la cual se hace eco y es espejo del
Evangelio, a la vez que experiencia fundante de los Padres de la Orden.
Por eso es el documento esencial de formación y referencia permanente
para todo carmelita y para el Carmelo en su conjunto. Conocer y
profundizar el contenido de la Regla es decisivo para comprender la
propia identidad en la Iglesia, ya que no se puede recurrir a la vida y
espiritualidad de un fundador, en el sentido estricto de la palabra.
Carisma y Regla se reclaman mutuamente, pero no se identifican.
La Regla supone la fuente principal que contiene los elementos del
carisma originario y en ella hay que buscarlos con cuidado, teniendo en
cuenta que el caudal existe con anterioridad a la fuente.
La Regla surge cuando, los que han recibido el don carismático, tienen necesidad de
reglar lo que ya viven. Eso es lo que hizo Alberto cuando escribió el
Propositum de los ermitaños en una Fórmula de vida, más tarde
constituida en Regla, por Inocencio IV. Lo que la Regla Carmelita
plantea, como fundamental, es: vivir en obsequio de Jesucristo y servirle
con corazón puro y buena conciencia.

La intención y la experiencia de los primeros carmelitas, bajo la
moción del Espíritu, se pueden buscar y encontrar sólo en el texto de la
misma Regla. Por ello, podemos afirmar que la Orden encuentra en ella
el tesoro precioso que orienta la búsqueda de la identidad y la
asimilación y transmisión de los valores propios.
Respecto a la espiritualidad que emana de la vida carmelita, desde
sus inicios, lo esencial es que, en el escenario del monte, de la fuente, de
la capilla y de las celdas, palpitaba el espíritu de dos seres
extraordinarios, y a la vez profundamente humanos y cercanos. Aunque
no aparezcan directamente nombrados en la Regla, comunicaron a
nuestros primeros hermanos ermitaños un sentido de la existencia
humana capaz de inflamar sus corazones y de impulsarlos a entregar
radicalmente su vida a la causa de Jesucristo y de su Evangelio: Elías y
María.

El que la inspiración original estaba fecundada por el Espíritu lo
avala su vigencia actual y todos los miles de personas que, a lo largo de
la historia, se han acogido a ella como su razón de vivir, incluyendo a los 2
que hoy nos sentimos felices de llevar el nombre de carmelitas. Aquí se
fundamenta el hecho de que, la espiritualidad carmelita, es el modo de
concebir y poner en práctica el conjunto de valores cristianos,
concedidos a la Orden desde sus inicios, personificados en el profeta
Elías y en la Virgen María, como modelos acabados de la vivencia de la
riqueza espiritual recibida en herencia.

2. FORMULACIÓN ACTUAL DEL CARISMA
La dimensión contemplativa ha sido, en el curso de la historia de
la Orden, la constante de la definición del carisma, sin que las sucesivas
reformas hayan alterado esta concepción, sino más bien hayan siempre
tendido a la contemplación para lograr definirlo. Pero como resultado de
la vuelta a las fuentes y de la puesta al día pedida por el Concilio
Vaticano II, se llegó a condensar la formulación del carisma carmelita
con esta expresión:
Fraternidad orante en medio del pueblo
En los años más recientes, se ha continuado haciendo esta lectura del
carisma, dentro del contexto histórico de la época que nos está tocando
vivir. La sensibilidad de la Orden hacia el valor de la contemplación se
ha enfocado como respuesta al mundo globalizado y atravesado por el
dolor y la violencia, que reclama nuestro profetismo. Contemplación
significa, ahora, buscar y encontrar al Señor, escuchando su voz,
discerniendo su voluntad y tratando de ver las cosas desde su punto de
vista. Hacer crecer la dimensión contemplativa quiere decir dejarse
transformar por el Espíritu, en un camino continuo y gradual de
transformación hacia la conformación con Cristo, muerto y resucitado,
para llegar a la plenitud de madurez en la cooperación con Él en su
proyecto de salvación.
El contenido de los valores del
carisma carmelita
La contemplación queda como corazón del carisma carmelita,
como el elemento dinámico que une todos los elementos: oración,
fraternidad y servicio. Esta experiencia del desierto, se identifica con la
vida contemplativa. La contemplación, descrita como medio para llegar
al amor, se entiende como «una progresiva y continua transformación en
Cristo, realizada en nosotros por el Espíritu. Dios nos atrae hacia Él en
un camino interior que conduce de la periferia dispersante de la vida, a
la celda más interior de nuestro ser, donde Él mora y nos une consigo».
En la tradición carmelita, contemplación y oración se han
identificado casi siempre y es importante diferenciarlas y hablar
explícitamente de la oración como la puerta de la contemplación. Perfilar
los contornos donde acaba una y empieza otra es difícil, pero ciertamente
la contemplación abarca, supera y es mucho más que la oración. En sí
misma provoca y exige un proceso de transformación personal que,
mediante el encuentro con Cristo, nos conduce a dejar el hombre viejo y
vivir desde la condición de nueva criatura.
La contemplación, como elemento esencial de la tradición
espiritual de la Orden, se presenta en el n. 10 de la Regla como núcleo
central, como eje en torno al cual se estructura todo el ideal de vida que
en ella se plasma. Por ello, es muy importante la relación que existe entre
contemplación y reconciliación. Un corazón contemplativo no puede
vivir en situación de ruptura o discordia con los hermanos; su tendencia
será siempre hacia la unidad y la reconciliación.

3. RELACIÓN ENTRE LOS VALORES DEL CARISMA Y LOS MODELOS
INSPIRADORES DE LA ESPIRITUALIDAD CARMELITA
Intentamos ahora presentar la interacción (relación-diferencia) que
existe entre carisma-espiritualidad-misión de la Orden del Carmen.
El profeta Elías y la Virgen María, son modelos y fuente de
espiritualidad. Ellos nos indican el modo de vivir los valores del
carisma: oración, fraternidad, servicio. Estos aspectos, con el impulso
transformador de la contemplación, nos convierten en colaboradores de
Jesucristo, en la construcción del Reino de Dios en este mundo, lo que
constituye nuestra misión fundamental.

ELÍAS, MODELO DE:
Oración. Elías es el hombre de Dios, el hombre del misterio, el
hombre que ha hablado cara a cara con Dios. Es el profeta abierto
constantemente a la voz de Dios. Dios domina toda su vida y la
unifica totalmente, de tal manera que, el profeta está con Dios
cuando sobre la montaña le habla de tú a tú y cuando está
empeñado activamente en la política y en la cuestión social.
En la soledad de su retirada al torrente de Kérit, aprende a
encontrar al Dios de la misericordia y, junto a la viuda de Sarepta,
se fortalece su fe en la palabra de Dios, expresada en su oración
insistente. Y Dios devuelve la vida al hijo de la viuda.
Elías es el padre de los profetas, «de la raza de los que buscan a
Dios, de los que persiguen su Faz». Su nombre, "El Señor es mi
Dios", anuncia, como un grito, su oración de súplica a Dios, en el
sacrificio sobre el Monte Carmelo, prueba decisiva para la fe del
pueblo de Dios. El fuego del Señor que baja del cielo, es la
respuesta a esta súplica: «¡Respóndeme, Señor, respóndeme!», que
consuma el holocausto, a la hora de la ofrenda de la tarde. Palabras
de Elías, que repiten exactamente las liturgias orientales en la
epíclesis eucarística.

Rehaciendo el camino del desierto, hacia el lugar donde el Dios
vivo y verdadero se reveló a su pueblo, Elías se recoge, como
Moisés, en la hendidura de la roca, hasta que pasa la presencia
misteriosa de Dios
Pero será en el monte de la Transfiguración, donde vivirá el
privilegio de que se le dé a conocer, Aquél cuyo Rostro busca
ardorosamente.

Fraternidad. Elías es figura inspiradora de fraternidad, porque
formaba parte de los movimientos proféticos del Monte Carmelo.
San Jerónimo, refiriéndose a los hijos de los profetas dice que son
«los monjes que vemos en el Antiguo Testamento» y sobre la
figura de Elías como inspirador de la vida eremítica escribe:
«Nuestro príncipe es Elías y lo es Eliseo, y nuestros caudillos son
los hijos de los profetas que habitaban en desiertos y soledades y
construían sus tiendas junto al río Jordán». Tenemos la idea de
Elías como un hombre solitario, sin embargo la tradición carmelita
no lo ve así. En el libro I de la Institutio, Elías está solitario en
Carit, pero en el resto de la obra, tanto en Carit como en el
Carmelo, es el centro de una comunidad creciente de discípulos,
movidos a vivir, según su ejemplo, en la vida religiosa, la cual
Dios ha establecido a través de él. Este aspecto comunitario del
Profeta, se enfatiza en la tradición Carmelita.
Profeta en medio del pueblo. Los Padres de la Orden, vieron en el
Profeta que había sido admitido al coloquio con Dios en el Horeb
y enviado por el mismo Dios en medio de su pueblo, el modelo
ideal del propositum que habían elegido como orientación de la
propia vida. Para la Orden, Elías es el hombre del coraje profético
y del celo ardiente por la causa del Dios Vivo y Verdadero. Es el
profeta sensible a las exigencias más profundas del pueblo, cuya
vida proyecta la luz de Dios sobre las realidades de la existencia
humana. Es el hombre de Dios y del pueblo, que asume y actualiza
los valores del pasado. Al mismo tiempo, en una atmósfera de
atención y recogimiento, descubre la presencia de Dios, desarrolla
su actitud de vivir en esta presencia y se abre a la salvación,
dándole sentido al presente.
La dimensión contemplativa en Elías se aprecia como raíz y
consecuencia de vivir radicalmente para Dios; de poner todas sus
energías al servicio de su causa y de dejarse transformar por su Espíritu,
hasta ser capaz de descubrir el verdadero rostro del Dios Vivo.

MARÍA, MODELO DE:
Oración. María es la Virgen en escucha atenta de la Palabra que,
haciendo de ella el polo orientador de su existencia, nos enseña a
vivir en obsequio de Jesucristo, haciendo la voluntad del Padre. Es
la Virgen que acogió la Palabra de Dios, fue fiel y entró en
relación de comunión con Dios, hasta dedicarse completamente a 6
Él. Ella, que vivió totalmente vuelta a Dios, nos ayuda a ver y a
amar la realidad con los ojos y el corazón de Dios.

Fraternidad. María, humilde Sierva de Yahvéh, es también
nuestra Hermana porque, humana y frágil, acoge y vive en medio
de su pueblo la Palabra de Dios y participa en la comunidad
humana y apostólica. Ella, de la estirpe de Adán, es la que está
unida con todos los hombres que necesitan la salvación. Ella es la
hija de Sión, que está entre los pobres y humildes del Señor, que
confiadamente esperan recibir la salvación de Dios. La fraternidad
carmelita es semejante a la nueva comunidad de Jerusalén, donde
hermanos y hermanas, junto a María, escuchan al Espíritu,
aguardan la venida del Señor y son llamados al servicio de los
demás. Con Ella el carmelita aprende a hacer de su vida espejo de
la Belleza de Dios, modelo del propio camino.
Diaconía o servicio en medio del pueblo. María, Profeta-Testigo,
es la mujer liberada y liberadora, la que por su compromiso
engendró al Verbo de Dios. En María el carmelita advierte un
estilo de vida que revela a Dios como el Absoluto de la propia
vida, para llevar a cabo la fidelidad a la misión, expresada en el
discernimiento para leer los signos de los tiempos y vivir fiel a
Dios y a los hermanos, en solidaridad con los más pobres,
llevando un estilo de vida que sea testimonio de autenticidad
profética.
La dimensión contemplativa en María engloba los demás valores.
María se nos propone como modelo para todo cuanto es esencial en el
ser y actuar de la Orden: la oración y la contemplación, la fraternidad y
el servicio en medio del pueblo.
María adquirió la capacidad contemplativa porque se convirtió en
morada de la Trinidad, en su "espejo purísimo". La presencia de esta
Mujer contemplativa nos hace sentir a Dios más cercano. Ella envuelve y
transfigura nuestra existencia, conforme a las cualidades del Amor:
pureza de corazón y adhesión total a Dios.