Historia y tradición

HISTORIA Y TRADICIÓN


Historia: entre las muchas definiciones que ofrece el Diccionario de la Real
Academia española, me quedo con la primera: “Narración y exposición de los
acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados”. Es lo que
procuraremos hacer, sobre todo.

Tradición: El mismo Diccionario dice: “Transmisión de noticias, costumbres,
etc… hecha de generación en generación”.

La Iglesia ha amado siempre tanto la tradición que la ha aceptado como fuente
de fe. Es cierto que no todas las tradiciones son del mismo valor y tampoco están
en la misma altura. Lo cierto es que la tradición en muchas ocasiones ha influido en
la verdadera historia. Puede darse, y de hecho en nuestra Orden se ha dado, que
una tradición ha hecho que surgiera un hecho histórico de gran importancia.
Pienso, por ejemplo, en la antigüedad que se atribuía al famoso libro De Institución
de los Primeros Monjes (atribuido al año 412 y hoy sabemos que es del final del
siglo XIV) y que tanto y tan bien influyó en el marianismo, espíritu eliano y vida
contemplativa del Carmelo de siglos posteriores (n. 23).

Leyenda: La acepción n. 4 del citado Diccionario es la que va a nuestro caso:
“Relación de sucesos que tiene más de tradicionales o maravillosos que de
históricos o verdaderos”.

Es interesante sobre su valor lo que escribe el obispo de Huesca, el franciscano
Fr. Jesús Sanz Montes: “Este género literario –habla de historias, leyendas y
florecillas- tiene su valor aunque haya que tratarlo con otros parámetros diversos
a los del método estrictamente histórico. Sucede algo parecido a la literatura
apócrifa sobre Jesús y los evangelios. Pero ciertas experiencias y aspectos de la
vida no pudiéndose relatar desde el rigor puntual de la historia solo son
expresables con el lenguaje del símbolo, con la poesía, la música, la leyenda… o con
el silencio, porque la belleza profunda de la verdad escapa a la crónica
impersonal”.

Serán muy pocas las leyendas que vamos a recordar. Más bien serán tradiciones
o florecillas.

Será necesario conocer y amar la historia y la tradición, siendo muy respetuoso
con las dos.
Los carmelitas nacimos después de la tercera Cruzada. Esto se lo
verdaderamente histórico. Pero hay que saber apreciar el valor de lo legendario, ya
que las “leyendas” eran vehículo pedagógico medieval para transmitir su
experiencia vital: estaban los carmelitas muy convencidos de que su relación con
Dios sólo en la soledad del encuentro de amor con Él (el “vacare Deo”) constituía el
centro de la vida carmelita. Y de tal unión transformante dependía la calidad y la
laboriosidad de su vida en la Iglesia. Por eso, nuestros escritores medievales,
convencidos de su origen elíano, tuvieron que ingeniárselas para afrontar la “nota
vacilationes” y conseguir que la Orden no fuera suprimida por la Iglesia de Roma.
La “nota vacilationes” era la sospecha de que los carmelitas habían nacido
después del Concilio Lateranense IV -1215-, que prohibía nuevas órdenes
religiosas, prohibición ratificada por el Concilio II de Lyón en 1274.
Los escritores carmelitas medievales tuvieron que acudir a una relectura de la
Biblia, de los Santos Padres, y de hechos más o menos históricos y a las leyendas
para demostrar la utopía de la Orden, es decir, que los carmelitas somos los
sucesores de los “hijos de los Profetas”, y por tanto fuimos fundados por San Elías
Profeta, en el siglo IX antes de Cristo.

Tres serían las fases del origen de la Orden del Carmen: la fase inicial, de la
experiencia carismática (período pre-albertino): Un grupo de laicos
eremitas/penitentes/peregrinos/cruzados se congrega espontáneamente en el
Monte Carmelo, después de la tercera Cruzada (1189-1192) y antes de la
intervención de Alberto.

Fase de maduración eclesial del grupo (período Albertino). El grupo propone su
propósito a S. Alberto, Patriarca de Jerusalén, y de él recibe una “norma de vida”
eremítico-cenobítica. Y su transformación gradual en Grupo Religiosos con las
“indulgencias” de Honorio III (1226) y de Gregorio IX (1229) y las “Bulas” de
Inocencio IV (1245, 1246, 1247), pasando de la vida eremítica a la cenobítica.
Fase de aprobación canónica: Aprobación definitiva de la Regla por el Papa
Inocencio IV en 1247. El texto originario es de San Alberto, el texto definitivo es de
Inocencio IV.
"Vuestro carisma hunde sus raíces en el Antiguo Testamento y se centra en torno a la grandiosa figura del
Profeta Elías, el Profeta del Nuevo testamento. Él fue un hombre de Dios, Maestro testigo de oración. Como hijo del
pueblo, es un ejemplo a seguir por vosotros de cómo tenéis que preocuparos de las necesidades del prójimo. Ello
quiere decir que vosotros debéis ser hombres de Dios, testigos de la trascendencia divina, apóstoles de la Divina
economía" (Juan Pablo II el 24.9.1983).

Padre Rafael María López Melús, ocarm