EL BEATO CLAUDIO LA COLOMBIERE Y EL SANTO ESCAPULARIO DEL CARMEN


Al famosísimo P. La Colombiere, de la ínclita Compañía de Jesús, beatificado por el Sumo Pontífice Pío XI, se le llama, con harta razón, el apóstol de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús; pero con muchísima más razón le deberíamos llamar el gran apóstol del Santo Escapulario del Carmen, puesto que de su pluma de oro salieron las más dulces y convincentes palabras al hablar de la devoción al Santo Escapulario del Carmen. Decía el sublime orador, haciendo saltar de júbilo las seculares piedras del templo de Nuestra Señora de París: “Grandes y sublimes cosas se han dicho acerca de las bienandanzas que nos vienen con ser devotos de María Santísima; pero yo quiero deciros ahora algo más grande a favor de los que lleváis impuesto el Santo Escapulario del Carmen. No basta el decir que esta santa librea es señal de predestinación. Es algo más, es más que eso: El Santo Escapulario del Carmen es la gran señal de predestinación, es la más cierta señal de bienaventuranza eterna entre todas las diversas señales de predestinación que conocemos. ¿A qué devoción, por tanto, nos abrazaremos con más cariño, con más celo y con mayor perseverancia que a ésta?”

Y a los pecadores obstinados les decía: “Si todas las gracias que sobre vosotros derrama a manos llenas la Santísima Virgen no logran convertiros, si sois sordos a tantas voces y ciegos a tanta luz, si os obstináis en morir impenitentes, no lo dudéis: moriréis réprobos. Sí, hermanos míos, moriréis en las garras de la impenitencia final, pero en este caso es imposible que podáis morir vestidos con el Santo Escapulario de la Virgen. Porque si María Santísima no logra, por vuestra criminal obstinación, arrancaros del lodazal de vuestra culpa, Ella arbitrará algún medio para despojaros entonces de su santa librea. Vosotros mismos, ¡oídlo bien!, vosotros mismos, con vuestras propias manos, os arrancaréis el Santo Escapulario del Carmen antes de morir con él en las garras de la impenitencia final”.

Así le aconteció a aquel desgraciado suicida que se arrojó desesperadamente al agua para morir ahogado. Llevaba al cuello el Santo Escapulario del Carmen y le era imposible sumergirse. En vano se esforzaba el infeliz en descender al fondo de las aguas; las mismas aguas le sostenían a flote, contra su voluntad. Y admirado de aquel prodigio, que tanto brillaba en medio de las negras sombras de su desesperación se persuadió de que el Santo Escapulario era el talismán divino que le cerraba la boca del infierno. No obstante lo cual, el desdichado cerró los ojos a tanta luz y los oídos a aquella voz tan elocuente, arrancándose de su pecho el bendito Escapulario. Y, haciendo luego por cuarta o quinta vez un nuevo y supremo esfuerzo para ahogarse, aconteció que las mismas aguas que antes se habían cerrado para mantenerle a flote, entones se rasgaron y abrieron para tragarle.

El suicida logró morir pecando, pero no pudo lograr morir hasta despojarse del Escapulario del Carmen, santa librea de salvación, con la cual nadie puede morir sin morir en gracia. In quo quis moriens aeternum non patietur incendium.

No se puede concebir página más sublime y sentida que la brotada de la pluma de oro o mejor, del corazón de fuego, todo pureza y santidad, e impregnado del amor más ferviente a María, que sintiera desde niño el Santo Padre La Colombier, a quien tenemos hoy la dicha de venerar en los altares.

Para que nada le faltase en sus facetas o irisaciones de santidad a este fúlgido brillante ignaciano, distinguiose, cual todos los hijos del ínclito Ignacio de Loyola, por su amor delirante a la Virgen del Carmen y por difundir por doquier con su celo de apóstol la devoción más tierna al bendito Escapulario del Carmen (1).

(1) Sermones de La Colombiere, tomo IV, edición de Clermont Ferrand, 1884. 

Milagros y Prodigios del Santo Escapulario del Carmen
por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O. C.